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Manual para la feminista decente


Me parece que en los últimos años ha venido ocurriendo una especie de “explosión del feminismo”. Cada vez es más común ver cómo las mujeres nos hemos venido apropiando del concepto y hemos venido dándole nuevas miradas y nuevos entendimientos. El otro día, mientras caminaba con mi mamá por un centro comercial, incluso vi que almacenes de cadena de la talla de Stradivarius han comenzado a sacar camisetas con estampados que rezan frases como “I´m a feminist”. Parece ser que el feminismo ya no es un entendimiento político sobre la condición de la mujer en la sociedad, sino que se ha tomado la cultura de masas. Ante esto me surgen dos preguntas que, por supuesto, no lograrán ser respondidas aquí, la primera es ¿es malo el feminismo como moda?, la otra es ¿si el feminismo es moda, entonces sí existe una forma correcta de ser feminista?

Desde que adopté el feminismo como un modelo de vida me han surgido múltiples debates internos con respecto a la coherencia de mi actuar y lo que promulgo. Afortunada o desafortunadamente estoy metida dentro de este gigantesco boom que el concepto ha venido tomando. Soy parte de esa generación de mujeres que les gusta llamarse a sí mismas feministas. Hago parte de esa cultura de masas que cada vez encuentra más seguidores y detractores en las redes sociales. El hecho de que sea un movimiento que ha venido haciendo tanto ruido, plantea demasiados retos a la forma de llevarlo y entenderlo.

El reto más importante, creo yo, es el que tiene que ver con las diversas lecturas. Mientras que unas adoptamos posiciones bastante intermedias con respecto a los debates, hay quienes consideran que es necesario entrar en la arena política y luchar desde la militancia pura. Lo cierto es que no creo que exista una forma correcta de ser feminista, no creo que exista una medida para serlo, no creo que exista un modo de proceder específico o ideal. Sin embargo, sí creo que es bastante problemático, sobre todo hoy que es un término tan ruidoso, relativizarlo hasta el punto que éste pierda su contundencia, eso le quita su peso y lo convierte en el fenómeno de masas que ha venido siendo.

A mi forma de ver las cosas, el problema más grave con la relativización extrema del feminismo es que, al aceptar todas las lecturas como válidas, estamos admitiendo incluso aquellas que pueden llegar a ser violentas contra las mismas mujeres. Últimamente he encontrado en Facebook muchas figuras públicas que, abanderadas en el feminismo, intentan imponer su estilo de vida a todas las mujeres.

Lo cierto es que los estereotipos son peligrosos, siempre lo han sido. No existe una mejor o peor forma del feminismo, no existe una especie de “estética del feminismo”, por lo tanto tampoco debería existir algo que pueda ser llamado “feminism shaming”. Se ha cometido el error de asociarnos con la imagen de la mujer hiper sexual, que no quiere casarse, que no quiere hijos y que anda por la vida diciendo groserías. No me mal entiendan, no es que esté mal ser así, de hecho, si somos francos, no está mal ser de ninguna manera; el problema viene cuando estos estereotipos se convierten en lugares comunes que desprestigian todos los otros tipos de feminidades que también pueden adoptar el feminismo como su bandera.

A mi modo de entender, antes que cualquier otra cosa –podrán corregirme si sienten que me equivoco-, el feminismo debe ser una postura frente a la manera en que se vive la vida. Claro, de ahí surgen otras cosas, como el feminismo militante, pero, en principio, ser feminista implica comenzar a vivir bajo ciertas creencias que deben guiar nuestra forma de comportarnos con hombres y mujeres en nuestra cotidianidad. Creo que el principio básico de cualquier feminista debe ser “vivir y dejar vivir”, claro, siempre y cuando este “dejar vivir” no se convierta en la tibieza de aquella que ve cómo insultan a su vecina y guarda silencio, o aquella que ve como la vecina le pega a su esposo y se ríe.

Evidentemente el feminismo, por estar permeado de un componente político, incluso en sus esferas no militantes, conlleva algo de acción política. El problema nace cuando esta acción política “cotidiana” –si se le puede llamar de alguna manera- se convierte en ataques directos contra otras mujeres y otras feminidades. Se ha dicho hasta el cansancio que el feminismo no es la implantación de una feminidad construida bajo el estereotipo de la mujer furiosa y peluda, que esa mujer, como muchas otras, solamente está ahí para construir las muchas diversidades de lo femenino y del feminismo. A pesar de ello, uno todavía se encuentra con gente desubicada, muchas mujeres entre esa multitud, que entienden por feminismo la uniformidad de la feminidad. Se agarran de clichés bobos, pero terminan reproduciendo los mismos lugares comunes que estamos cansadas de denunciar.

El otro día, por ejemplo, me encontré con que una figura pública colombiana llamada Sarah Schmith (como sea que se escriba), estaba montando imágenes donde trataba de morrongas a las mujeres que no siguen ciertos patrones sexuales. Esta misma mujer aseguraba que aquellas mujeres que no lograran un desenvolvimiento propicio –ni idea lo que pueda llegar a ser “propicio” en un tema tan subjetivo- iban a terminar siendo “la loca de los gatos”. Lo que me causó curiosidad no fue tanto el post, de todas maneras de esos rondan muchos en redes sociales, sino el que hecho de que días antes ella había publicado un mensaje para “todas aquellas que no habían entendido bien el feminismo y que no aceptaban que los hombres les hicieran cumplidos”. Creo que en este punto la pregunta con la que inicié el artículo vuelve a tomar valor ¿es el feminismo una moda?

Pareciera que sí, pareciera que la palabra feminismo, a fuerza de repetición, se ha banalizado. Ya no somos las feministas aquellas mujeres entendidas que queremos la igualdad desde todas sus esferas, que queremos un mundo libre y justo para hombres y mujeres, que denunciamos el patriarcado como una estructura que nos daña, no sólo como féminas, sino también a aquellos que sienten la presión de ser machos. Creo que esta banalización nos ha llevado a hacer un uso inadecuado e indecoroso de la palabra, creo que eso es lo que ha permitido que se nos caricaturice como “feminazis” y, finalmente, creo que tanto ruido lo que hace es acallar las voces de las verdaderas luchas y discusiones. Obviamente el llamado no es a ser feministas de bolsillo, no es a ocultarnos, a decir que no lo somos; el llamado es a la comprensión y el uso correcto del término, no porque exista una única lectura que debemos adoptar todas, sino porque esta lectura de masas se está convirtiendo en un lugar común que permite todo, que relativiza todo y las cosas no son así.

*La visión de la autora no compromete la postura del colectivo


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