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Cuando un sociólogo le pega a una mujer


Ilustración de Tatyana Fazlaizadeh


"Lo cierto es que cuando yo entré a estudiar en la universidad la sociología no era una opción, es más, ni siquiera tenía muy claro qué era eso de ser sociólogo. Fue sólo hasta que cursé el primer semestre de periodismo –que en mi universidad comparte núcleo básico con otras humanidades, entre esas la sociología-, que descubrí que lo mío estaba en estudiar la sociedad.


Hoy en día, después de cinco años de estar viendo materias, después de haber culminado mis estudios, de haber terminado la tesis y de ser, al menos en términos académicos, una “socióloga”, puedo decir que amo mi carrera, la amo más que a muchas cosas en mi vida y no me arrepiento de haberla escogido. Pero, más allá de ser una cuestión de que me guste el campo laboral en el que se inscribe –el cual, para ser honesta, no me gusta tanto-; lo que me hace feliz de esto que escogí es la posibilidad de entender y ver construcciones detrás de asuntos que normalmente se dan por sentado. Eso me ha llevado, quizás porque soy una idealista en muchos otros aspectos de la vida, a pensar que los sociólogos tenemos un deber mucho más profundo con la coherencia, lo tenemos porque comprendemos, porque sabemos, porque en nuestras manos está evidenciar cómo es que las cosas funcionan y cómo esto no siempre está bien.


Siempre he pensado que las carreras profesionales, todas sin excepción, además de dar herramientas para sumergirse en el mundo laboral -lo que me parece cuestionable-; lo que hacen es darnos lentes con los cuales filtramos el mundo. Ser sociólogo, antropólogo, filósofo, abogado, médico, o lo que sea, entre otras cosas, es una forma de ser alguien en sociedad. Por eso pienso que todos los investigadores sociales, no sólo los sociólogos, tenemos un deber muy grande, debemos ser coherentes con lo que entendemos y con lo que hacemos.


Ahora bien, muy de la mano con la sociología, el feminismo llegó a mi vida y se ha ido asentando en ella. Sin embargo, como todo, no ha sido algo estático, obviamente ha ido cambiando, como yo he cambiado desde que empecé hasta hoy, como he cambiado desde que me acosté anoche hasta ahora que estoy escribiendo esto. A mí los ismos me incomodan ahora más que nunca, no me gusta definirme dentro de ningún movimiento, no me gusta pensar ningún ismo, ya sea económico o social, como un deber ser. A pesar de eso, a pesar de que categorizarme como feminista no termina de parecerme cómodo, creo que muchas de las cuestiones que plantean algunos feminismos –porque hay muchos- son importantes en mi vida y en mi construcción como persona.


Deben saber que ser una persona coherente es difícil, es aún más difícil cuando uno se encuentra inscrito dentro de tantos idealismos; porque, al fin y al cabo, los idealismos no dejan de ser eso, tipos ideales que regulan de alguna manera nuestro accionar, pero jamás llegan a moldearlo completamente. Muchas veces me he encontrado a mí misma debatiendo sobre temas cuya respuesta conozco pero no quiero ejecutar. Ser feminista es entender, a veces a tablazos, que los privilegios femeninos, aunque pocos y frívolos, también deben ser recogidos.


Pero ¿saben algo? Está bien, si lo está. Me gusta mucho sentirme obligada a retarme todos los días, a caerme y levantarme, a darme cuenta que el camino hacia la coherencia es empedrado, difícil y que, en muchas ocasiones, se hace necesario escalar murallas lisas. Por eso, por ese deber que pienso que tenemos como investigadores sociales, es que soy mucho más intolerante con un colega que tenga una brecha tan abismal entre su actuar y lo que se supone que entiende debido a lo que ha leído y estudiado.


En mi cabeza, que como ya lo dije, se encuentra repleta de idealismos, está en las manos de nosotros, los que escogimos el camino del entendimiento –o algo-, derribar, al menos en nuestros ámbitos privados, aquello que sabemos que está mal de la sociedad en la que existimos. Nadie más que nosotros está en la capacidad de ver estos muros invisibles, nosotros, que decidimos que queríamos entender, no deberíamos tener orificios tan grandes en nuestra vida.


No quiero que me malentiendan, es evidente que como seres humanos podemos cometer errores, la verdad no está en nuestras manos, nunca lo va a estar. Pero sí creo que, al estar inscritos en modelos críticos de pensamiento, no podemos darnos el lujo de caer en lo que caen todos, si lo hacemos no estamos siendo lo que decidimos ser, estamos a medio camino. Siempre se pueden seguir rutas, siempre se puede ser mejor persona, siempre se puede luchar por cerrar las brechas que separan el discurso de la acción. A pesar de eso, hay cosas, pocas cosas, que nos son imperdonables como sociólogos, una de ellas, por supuesto, es caer en naturalizaciones tan graves como el machismo.


Por eso, me parece que no hay absolutamente nada en el mundo que justifique que un profesor de sociología, un hombre que debería estar enseñándonos, no sólo con discursos y teorías, sino también con acciones, cómo es que el amor romántico, tan amigo del patriarcado, tiene subyugadas a las mujeres; caiga en las trampas de la violencia de género y la propiedad de los cuerpos. Me duele pensar que un individuo como éste, quizás brillante en el ámbito académico, no lo sé; estuvo en un aula de clase predicando sobre la disciplina que tanto amo, sin no tener ni siquiera un atisbo de coherencia. La violencia, cualquier tipo de violencia, pero sobre todo la violencia contra la mujer, que tiene un arraigo específico dentro de la sociedad, debe ser repudiada. Pero debe ser aún más repudiada cuando es ejercida por una persona que entiende sus modelos de acción y construcción, por una persona que dedicó su vida a enseñarla, a transmitirla. Porque el aprendizaje no es sólo académico, el conocimiento es un andar en el camino de la vida, es un recoger vivencias y personalidades, alguien que tiene un hueco de ese tamaño en su discursiva y su forma de caminar en la vida, no merece el más mínimo intento de comprensión."


Angela Pinzón.

Nota: Las entradas publicadas con nombre propio son creaciones individuales que corresponden a ideas, posiciones y opiniones personales. Aclaramos que no necesariamente representan las percepciones de todxs les miembros de Rosario sin Bragas.

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