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¿Manual de instrucciones para ser feminista?

Hace poco estuve leyendo un artículo que salió en la página de Marcha Patriótica, titulado ¿macho y feminista?

Aunque el autor aclara que ha conocido muchas feministas en su vida, que cada una ha sido diferente y que de todas ha aprendido, después de haber leído lo escrito por él me quedó un sin sabor. Hay algunos asuntos que me parecería valioso poner sobre la mesa, discutir y esclarecer.


En primer lugar, debo decir que mi camino en el feminismo ha sido personal, es decir, nunca en mi vida he militado, ni marchado, ni siquiera es algo que discuto mucho, más allá de los blogs que de vez en cuando escribo. Teniendo esto cuenta, creo que es importante saber que, si alguien me pusiera en la ridícula tarea de medir “mi nivel de feminismo” –o de feminazismo, como a algunos ahístoricos les gusta llamarlo-, seguramente pasaría la prueba de radical y quedaría subyugada a algo así como “un feminismo blando”.


Como muchos se habrán dado cuenta, la simple tarea de medir “qué tan feminista soy” resulta arbitraria y ridícula, creo que en muchos momentos del artículo el autor trata de denotar algún tipo de medición del feminismo, como si tal cosa existiera, como si de esta medida dependiera la posibilidad de diálogo con una mujer que se autoidentifica como feminista.


Volviendo al tema con el que inicié, el de la absurda escala de valores, creo que hay algunas otras cosas por desmenuzar. Retomando mi experiencia personal, la manera en que yo he ido construyendo mi forma particular de pararme en la sociedad y reivindicar luchas feministas, creo que es importante aclarar que para mí, más allá de una militancia, el cambio del mundo hacia un lugar más igualitario para todos empieza por hacer pequeñas revoluciones internas, con ser objetivos frente a las injusticias sociales que, por supuesto, no son espacio únicamente de las mujeres, sino que hombres también sufren y viven (en eso sería rídiculo no estar de acuerdo con el autor del artículo).


Ahora bien, teniendo esto en cuenta, para seguir hablando sobre el feminismo, que hoy es una palabra muy usada –muy mal usada-, muy gastada y a veces, pareciera que careciera de fundamento. El autor peca por caer en muchos lugares comunes. A pesar de la aclaración que hizo al principio, a lo largo de la lectura no pude dejar de pensar en ese arquetipo de feministas que muchas personas tienen metida en la cabeza como un chip. En esa mujer que no se depila, que rara vez se baña, que viste como hombre y que, preferiblemente es lesbiana. Con esto que estoy diciendo no estoy tratando de desmeritar a este tipo de mujer feminista, que por supuesto existe y tiene luchas tan importantes y valiosas como las mías, que, incluso, puede creer en lo mismo que yo pero que, por no encajar en ideal de feminidad, se convierte por quienes desconocen nuestras luchas, en la única opción al momento de ser feminista.

Lo cierto es que el feminismo, como la vida, como la sociedad, como las mismas personas, es heterogéneo, adquiere diferentes modalidades y se adapta a diferentes feminidades. Se ha querido uniformar la lucha, es más fácil hacerlo de este modo. Negar la diferencia, los diferentes puntos de vista, las diferentes historias de vida, permite la construcción de lugares comunes donde lo único que salta a la vista es el prejuicio. Aunque no se pueden negar las victorias del feminismo, aun cuando se habla de él, tal vez hoy más que antes, las mujeres que son feministas son estereotipadas como unas brujas vociferantes que no están conformes con nada. Somos una caricatura. Eso es tal vez lo que más me incomoda del artículo. Que todo aquello en lo que creo y por lo que lucho sea caricaturizado a mujeres que se creen víctimas de algo. En ese sentido el feminismo ya no es un poder, ya no es una revolución interna –que es el tinte que yo le he querido dar-. Es un grupo de niñas que vociferan ridiculeces acerca de lo injusta que es su vida. Es un conjunto de víctimas, todas menores de edad, que saben dar alharaca pero que no saben actuar.

Además de ello, aunque el autor no lo hace explícito, lo que a mí me quedó después de leerlo fue la idea de una des virtualización del feminismo en aras de lo que el machismo y el patriarcado le ha hecho a los hombres. A lo largo del artículo se mencionan algunos tipos de agresiones que parecieran ser harina únicamente del costal de la feminidad, por ejemplo, el acoso sexual. Me resulta evidente que son muchas más las denuncias por parte de mujeres que por parte de hombres, que es esa tal vez la causa de que pareciera ser un tema de agresión de género.


Pienso que sí existen raíces patriarcales que invisibilizan lo difícil que es ser hombre. Lo duro que debe ser cumplir con expectativas de masculinidad desbordada, de economía apremiante –que permita invitar a la mujer-, no poder llorar, no poder maquillarse (…), un sin fin de cosas que hacen que el patriarcado y el machismo no sea cosa que solo debe abordarse desde el tema femenino. Sin embargo, lo que no me queda claro es cómo esto logra desvalorizar las luchas del feminismo. Es más, me parece un poco corto el argumento, corto y rebuscado además. No es necesario saber tanto de feminismo como para entender que éste está volcado a acabar con las desigualdades de género de forma bilateral. No es una lucha unidimensional, no son mujeres cegadas a la realidad tratando de posicionarse por encima de los hombres. Son mujeres tratando de posicionarse, y de posicionar a los hombres, por encima del patriarcado imperante, un patriarcado que, como bien lo dice el autor, nos afecta a todos.


Finalmente, uno de los apartes del artículo que más me movió fibras fue el que concierne a la decisión de abortar. Es un tema que yo misma he analizado muchas veces. Le encuentro sentido a las denuncias del autor. Es decir, si bien el cuerpo gestante es el de la mujer, no se puede omitir que el hombre también hizo parte del proceso, por tal razón, es perfectamente entendible que él quiera ser partícipe de lo que se haga con el bebé. A pesar de eso, creo que de la teoría a la práctica existe un trecho muy largo y empedrado. Puedo ponerme en los zapatos del hombre que siente que como participante activo tiene poder decisión pero también, y con más fuerza, puedo ponerme en los zapatos de la mujer que debe enfrentarse al mundo cuando se ve ante esta situación.


Aquí, aunque ya suene repetitivo, creo que es importante volver al tema del patriarcado. En una sociedad donde, a pesar de las victorias, la libertad sexual de una mujer aún es juzgada, llevar la marca del pecado en el cuerpo no es fácil. Una cosa es que todos tengan una noción acerca de la existencia de actividad sexual de una mujer, y otra muy diferente que el cuerpo del delito se esté gestando dentro de ella. Esto por no hablar de otro tipo de argumentos que pueden sonar más “banales”, pero que son igualmente válidos, como el tema de los cambios corporales. En últimas la que lleva los estragos más visibles, tanto emocional, como social y corporalmente hablando, es la mujer. Vuelvo y repito, esto no desvirtúa, al menos no del todo, lo que dice el autor, el hombre también puso su parte, debería poder opinar y que su opinión sea tomada en cuenta. Pero para bien o para mal, es el cuerpo de la mujer el mayor afectado y gran parte del poder de decisión sobrecae en lo que ella desea.


Idealmente, debería hablarse, cuando yo lo he analizado y me he puesto en la hipotética situación, siempre he pensado que lo hablaría con mi pareja. Pero lo cierto es que si mi pareja llegara a estar contrariando mi punto de vista, echaría a nadar toda esta retahíla que he venido exponiendo, y haría lo que yo consideraría mejor porque, a fin de cuentas, es mi cuerpo y debería tener autonomía sobre él. Con esto no estoy tratando de cerrar la discusión, por el contrario, pienso que es algo que da para discusiones interminables, que no llegarían a tener una verdad universal. Simplemente estoy botando un punto de vista personal frente a la complicada situación.


Para cerrar el escrito me gustaría añadir una última observación. Pienso que ahora, que se habla tanto de feminismo, muchas personas sienten que tienen el derecho a opinar acerca de él, a definirlo y a hablar con propiedad acerca de cuáles deben ser las “maneras apropiadas de ser feminista”.


Es más que evidente que dentro de una sociedad que proclama la libertad del individuo como uno de sus estandartes, cada quien está en el completo derecho de opinar lo que le venga en gana. Sin embargo, para quienes hemos construido un camino dentro de los ideales feministas, duele ver como personas poco informadas, desde generalizaciones indebidas, intentan aconsejarnos cuál es la manera correcta de llevar el feminismo, de ser feministas. Lo que en últimas implica que también se nos esté diciendo cómo llevar nuestra vida. Porque, al fin y al cabo, todas las personas que de alguna u otra manera hemos asumido esta visión de la sociedad es porque, al mismo tiempo, queremos usarla como una brújula en nuestra forma de actuar y vivir.


No se pueden separar los ideales de la vida práctica, son dos cosas que van de la mano y que calan en cada decisión que tomamos a lo largo de nuestros días. En ese sentido, hiere ver que hay personas, tristemente en su mayoría hombres mal informados –aunque no faltan las mujeres-, que pretenden decirnos cómo construir nuestra vida, cómo ser una buena feminista, cómo ser una buena mujer. Abanderados en el término “feminazismo”, término curioso que, a mi parecer, lo único que hace es caricaturizar las luchas; pretenden enseñarnos “modales” respecto a nuestras opiniones y nuestras formas de entender la vida, el mundo y el cambio en la sociedad. Cuando esto no sucede, es decir, cuando nuestras luchas son tomadas medianamente en serio, igual son relegadas a luchas secundarias. Esto sucede, sobre todo, con muchos militantes de izquierda, como el autor del artículo mencionado, quienes se ufanan muchas veces de su sentido de justicia e igualdad social, pero que, aun así, cuando se les toca la fibra del feminismo adoptan las actitudes, prejuicios y opiniones mal informadas de cualquier otra persona, olvidando que cuando se habla de igualdad debe ser desde todos los ángulos y no solo desde la gastada lucha de clases de Marx.





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